viernes, agosto 19, 2011

El verano recorre las islas (Diario Milenio-Opinión 16/08/11)

Medio centenar de islas son exploradas por Judith Schalansky en un peculiar Atlas donde la realidad convive con hechos producidos por la más salvaje imaginación

Judith Schalansky nunca ha estado ni estará en ninguna de las 50 islas que describe y explora en Atlas of Remote Islands, un libro escrito originalmente en alemán en el 2009 y publicado en una hermosa edición de pasta dura por Penguin en 2010. Cada pequeña sección incluye el mapa de la isla en cuestión, los datos básicos de longitud y latitud, el número de habitantes, así como una serie de líneas pespunteadas que representan las distintas distancias que las separan (o las unen, dependiendo del punto de vista) de otros puntos en el orbe, así como también una breve cronología de su historia. De Floreana, también conocida como las islas Galápagos en las costas de Ecuador, adonde fueron a parar un dentista harto de la civilización y una maestra en 1929, a Fangataufa, en el archipiélago de Tuamoto, en la que el gobierno francés hizo estallar alguna vez una devastadora bomba de hidrógeno, las islas muy reales que se abren en este libro son también producto de la más salvaje imaginación. Tropicales o cubiertas de hielo, ya desiertas o apenas habitadas por un puñado de daltónicos, las islas son sobre todo historias. He traducido con algo de libertad apenas dos, pero todas y cada una de ellas merecería un comentario aparte. Mientras eso pasa, aquí viaja la historia de un amor que inicia dentro de los linderos de un lenguaje desconocido, y la historia también de unos cuantos isleños a los que irrita “toda esa charla insulsa sobre las glorias del color”.

UN LENGUAJE APRENDIDO EN SUEÑOS

Dicen que “en un pequeño pueblo en las laderas de Vosges, hubo un niño de seis años que tenía sueños en los que se le enseñaba un lenguaje completamente desconocido. El pequeño Marc Liblin pronto empezó a hablar ese idioma sin saber si existía o no de verdad. Se trataba de un niño dotado pero solo, con cierta sed de conocimiento. En su juventud se alimentaba de libros en lugar que de pan, por ejemplo. A los 33, habiéndose convertido ya en un outsider que vivía en los márgenes de la sociedad, se volvió el objeto de la atención de unos investigadores de la Universidad de Rennes. Querían descifrar y traducir su lenguaje. Por dos años, introdujeron los extraños sonidos que él hacía en computadoras gigantes. Todo en vano. Eventualmente, los investigadores decidieron visitar la zona de los bares en el muelle para ver si algún marinero había escuchado ese lenguaje alguna vez. Marc Liblin dio, de hecho, un performance en un bar de Rennes, un espectáculo que consistía en un monólogo que se desarrollaba frente a un grupo de tunecinos. El administrador del bar, un hombre que había estado en la marina, interrumpió la función diciendo que había escuchado esa lengua antes, en una de las más remotas islas de la Polinesia y que conocía una mujer que hablaba ese idioma. Se trataba de una mujer divorciada de un oficial del ejército que ahora vivía en los suburbios. El encuentro con la mujer de la Polinesia cambió la vida de Liblin, por supuesto. Cuando Meretuni Make abrió la puerta de su casa, Marc la saludó en el idioma que aprendió en sueños, y ella le contestó de inmediato en el viejo rapa de su patria. Marc Liblin, que nunca había estado fuera de Europa, se casó con la única mujer que entendía su lengua y, en 1983, se fue con ella a vivir a la isla donde se hablaba ese idioma”.

Es una historia de Rapa Iti, una isla austral de la Polinesia francesa también conocida como Rapa, anteriormente denominada isla Oparo. Se encuentra en el 27o 36’ S, 144o 20’ O. Mide 40 kilómetros cuadrados y tiene 482 habitantes. Está a 1, 180 km de Tahití; a 3, 620 km de Nueva Zelanda, a 1, 440 km de las islas Pitcairn. Fue avistada por primera vez en 1791, por George Vancouver. Marc Liblin murió en Rapa Iti, víctima de cáncer, el 26 de mayo de 1998, a la edad de 50 años. La historia no dice qué le pasó a la mujer.

ACROMATOPSIA

“Incluso los puercos en esta isla son de color blanco y negro. Es como si los hubieran creado especialmente para las 75 personas que viven en Pingelap que no pueden distinguir colores: ni el salvaje rojo crimson del atardecer, ni el azul del océano, ni el amarillo de las papayas maduras, ni el omnipresente verde profundo de la selva repleta de palmas y manglares. Una pequeña mutación del octavo cromosoma y el tifón Lienkieki, que devastó a las islas hace años, son los responsables de tal hecho. Sólo 20 habitantes de Pingelap sobrevivieron al tifón y la subsecuente hambruna; uno de ellos llevaba el gen recesivo que pronto se hizo notorio debido a la reproducción endémica. Hoy, 10% de la población de Pingelap es completamente daltónica, comparado con uno entre 30 mil que es el promedio en otros lugares. Se les reconoce por la forma en que inclinan las cabezas y parpadean constantemente, por la manera en que sus pestañas aletean y achican los ojos casi siempre, por las arrugas en la parte superior de la nariz. Evitan la luz, evaden el día, y con frecuencia sólo salen de sus chozas en el crepúsculo. Muchos dicen que recuerdan sus sueños y otros dicen que pueden reconocer los cardúmenes de peces en las aguas profundas del océano en la noche –los identifican con la ayuda de la pálida luz de la luna y el reflejo sobre sus aletas. El mundo puede ser gris, pero ellos insisten en que pueden ver cosas imposibles de discernir para aquellos que sí distinguen los colores: miles de tonos y de matices con frecuencia inimaginables. Las charlas insulsas sobre las glorias del color los enervan. El color, dicen, los distrae sólo de lo que es esencial: la riqueza de las figuras y las sombras, las formas y los contrastes”.

Esto en Pingelp, también conocida como las islas Carolina de la Micronesia. Se encuentra en el 6o 13’N y 160o 42 E. Mide 1.8 kms y tiene 250 habitantes. Está a 780 km de Bikini Atoll, a 1, 990 km de Papua Nueva Guinea y a 1,250 km de Banaba. El tifón Lienkieki devastó la isla en 1775, fue descubierta en 1792 por Thomas Musgrave y, en 1820, se detectaron los primeros casos de daltonismo. No fue sino hasta el año 2000 que el gen de la acromatopsia fue descodificado.

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