lunes, julio 04, 2011

La premura del santón (Diario Milenio 04/06/10)

Entre el fin y los médiums


Hacía días que circulaba la noticia, pero no había forma de confirmarla. Ni la hay, todavía, ni quizá la haya nunca porque en realidad no es una noticia, sino materia pura de especulación. Y todavía más: materia religiosa. O eso al menos intentan los hagiógrafos, con todos los recursos a la mano menos el más urgente, que es el tiempo. Se trata de que nunca sepamos más verdad que la que ellos decidan transmitir, pues la idea no es registrar la historia, sino escribir alguna forma de evangelio antes que se haya hecho demasiado tarde. Si Hugo Chávez se muere de aquí a pocas semanas, sus valedores y beneficiarios necesitan el tiempo indispensable para que, antes de enfriarse, su carne se haya transformado en verbo. Divino, si es posible. Que siga trabajando, aunque no pueda ya hablar ni moverse y sea preciso prenderle veladoras para escuchar el eco de sus santas palabras. Como esos deudos que se resignan a vivir al lado del cadáver del ser querido con tal de no dejar de cobrar su pensión, hoy los hermanos Castro son como un par de viudos potenciales en actitud querúbica y desesperada. Por eso no es el médico, sino Fidel quien habla con el enfermo, y éste lo escucha como a una eminencia.


Igual que ocurre con las vidas de los santos, las noticias sobre la vida y probable agonía de Hugo Chávez se arman igual que los rompecabezas. Un trazo por aquí, un color por allá, un detalle que inusitadamente encaja en medio de la confusión general. Para una élite que lleva más de medio siglo en el poder, acostumbrada a reescribir la historia de acuerdo con su precisa conveniencia, la idea de tratar con un personaje tan voluble y antojadizo como la muerte tiene que ser un trámite tortuoso e indignante. ¿Quién se cree esa señora para venir aquí a imponer sus condiciones? ¿Y quién se cree cualquiera, comenzando por el que escribe estas líneas, para hablar de la muerte cuando ninguno de ellos ha tocado el tema y oficialmente sólo hay enfermedad, por supuesto curable pero ya digna del mayor heroísmo? ¿Sería posible arreglar este asunto sin tener todavía que llamar al médium?


Todo es posible en el pus


Una de las ventajas de la hagiografía consiste en ubicar al tiempo de su lado: si el santo ya está muerto, se puede trabajar con calma y mente fría de modo que después pueda ser adorado tal como corresponde a los de su estatura; pero ir contrarreloj en el empeño y colgarle la aureola al hombre vivo de forma que se muera ya sobre el altar es tarea titánica que a nadie se le envidia. ¿Qué van a hacer los Castro si se les quiebra el santo sin haberle construido el altarcito? ¿Quién garantiza que su ausencia intempestiva no abrirá el apetito de más de sucesor en potencia, a saber si no algún opositor? ¿Y si pasa como con tantos mandatarios inmaculados, que a la hora de espichar les salen trapos sucios por doquier y no hay ya quien controle la información? Por eso digo que éste es trabajo para hagiógrafos. Si han de brincar noticias estruendosas sobre el muerto, conviene que ya tenga la aureola en su lugar, de modo que sus fieles puedan lanzar cómodos anatemas contra los herejes y no quede lugar a discusión.


Los indicios son múltiples. Desde las planas llenas de líneas sobre Chávez en el Granma —sería frivolidad apodarlas información— hasta la recentísima declaración de Adán Chávez Frías (hermano radical que hace ver a Hugo como un moderado) sobre la eventual necesidad de usar las armas para defender su revolución, si acaso los votantes opinaran distinto en las urnas, todo apunta, otra vez, a una situación grave que debe camuflarse con eufemismos. Si a lo que hasta hace poco se le llamaba absceso ya se le reconoce como tumor-maligno-totalmente-extirpado, habría que ser ingenuo u obediente para creer que al fin se escucha la verdad sobre un tema espinoso del cual dependen tantos asuntos acuciantes, como la transferencia y conservación de un poder que hasta pocas semanas atrás era unipersonal e intransferible.


El primer autohagiógrafo


Tal vez la peor desgracia del tirano sea jamás poder confiar en nadie, aunque también para eso están los lazos fraternos. De ahí que tanto los hermanos Castro como sus socios y émulos, los Chávez, sean reacios a soltar información y muy propensos al envío de mensajes. Tienen que controlar la situación, aun a sabiendas de que sus inmensos poderes no valen más allá de sus fronteras. Pero ahí está la santa hagiografía: si los números nunca terminan de cuadrarles y los panes y peces no nada más no se les multiplican, sino que ya no alcanzan ni para dividirlos, sólo queda contar con los fieles más duros de un culto que demanda sumisión absoluta y no depende de hechos ni resultados, sino de la palabra de sus ministros. En la eventual aparición de dudas cosquilleantes, contradicciones obvias o algún problema de verosimilitud, se invita al compañero solidario a oprimir ipso facto el botón de amén.


Renuente a dejar chamba tan delicada en manos de cualquiera que no sea él mismo, hace años que Fidel se ha entregado a construir su propia hagiografía. Sus “reflexiones” tienen vocación de epitafios y en ellas se respira la nostalgia del añejo mandón por las épocas previas a esa calamidad de la información globalizada. Qué esperanzas que en esos buenos años hubiera batallones de blogueros denunciando, por ejemplo, los grandes tirajes de sus libros, cuya edición obliga a sacrificar las de otros acaso más legibles y menos aburridos. ¿“Acaso”, he dicho? Quise decir: sin duda. Y esto ya nos devuelve a la hagiografía, que de por sí es tediosa pero igual no se espera que sea entretenida. Entre tantos herejes empeñados en derrocar tiranos, la vida de un exégeta de la opresión debe de ser triste y sacrificada. El libio, el sirio, el coreano, el cubano, el venezolano: ¿Qué harían sin hagiógrafos? ¿Qué más les queda sino mandar hasta la muerte? ¿Qué va a hacer de su iglesia cuando queden más rezos que fieles?

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