martes, junio 07, 2011

Bang, bang, dijo el señor (Diario MIlenio/Opinión 06/06/11)

La sensatez culposa


A veces uno escribe con la impresión de ser irresponsable, y de pronto no se siente tan mal. Más todavía, me atrevería a decir que uno muy rara vez consigue arrepentirse de haber escrito así, por más que haya temido pagar las consecuencias o éstas le hubiesen sido cobradas con réditos. No me refiero, y ojalá esto se entienda, a la irresponsabilidad desfachatada de quien escribe importándole un pito cuidado, resultado y calidad, sino a la de quien lo hace sin reparar en el probable perjuicio que sus palabras le causarán, y acaso entusiasmado por ese peligrillo agridulce. Nada más divertido que terminar el último párrafo y hasta apretar los párpados saboreando el desmadre que quizás —¿ojalá?— se armará. Lo cual, por cierto, rara vez sucede, y esto a menudo cuando menos se espera. “Ahora sí me pasé”, dícese uno y saliva con el entusiasmo del niño que consuma una travesura. ¿Quién no quiere pasarse, de cuando en cuando?

Otras veces, no obstante, y que conste que esto no sabría escribirlo sin alguna vergüenza, uno se inclina por la opción sensata. Que consiste no tanto en decir lo contrario de lo que se desea, sino sencillamente en ser sutil. Ni modo de pasarse la vida de artillero, so pena de perderla en acato a las leyes de la probabilidad. Y eso es a lo que voy: no quiero hablar aquí de cuando que me he atrevido a escribir lo que menos parecía convenirme, como de una en la cual decidí preservarme. Ignoro si hice bien, pero debo decir que contar cierta cosa que había escuchado me pareció menos irresponsabilidad que idiotez. ¿Y qué sabía yo, finalmente, que no fueran rumores por todos conocidos y acaso por ninguno comprobados? ¿Qué tal que el caballero del cual había escuchado aquellas cosas era un alma de Dios, o un simple inocente, o nada más uno entre tantos culpables? Cosas que uno se dice para acallar esa suerte de culpa endemoniada que de pronto nos da a los inconscientes por no haber sido lo bastante irresponsables.

Los sicarios callaron


Este era un festival cultural, de esos que a todo el mundo le parecen dignísimos de encomio y habría que ser un necio para oponérseles. Los organizadores, sin embargo, temían que probables balaceras, de las que había tantas por aquellos lares, dieran al traste con el festival. De manera que no les quedó más remedio que ir a ver a un señor muy poderoso en cuyas manos se encontraban, según les explicaron los enterados, no sólo los recursos de la ley sino asimismo los del crimen organizado. ¿Es que el hombre jugaba en los dos equipos? Imposible saberlo. Pero si a él le gustaba la idea, lo probable es que nadie se atreviera a alzar una pistola en la ciudad durante todo el transcurso del evento. Y así fue: el señor opinó que el proyecto era bueno y prometió que al menos durante aquellos días incluso los malvados —y sobre todo ellos— se portarían bien. “No sé si eso me deja más tranquilo o me para los pelos de punta”, recuerdo haberle dicho, más o menos en broma, a los amigos que me hicieron saber que al amparo de aquel señor tan poderoso no tendríamos nada que temer.

Me habría gustado mucho contar aquella anécdota, pero estaban faltando un par de ingredientes. El primero, que venía a ser el más importante, era que me faltaba la certeza. Escribir lo que a uno le consta que es verdadero da una tranquilidad que le permite ser irresponsable, pero no hacerlo así provoca el sobresalto de la mala conciencia. No es igual que te den un balazo por chismoso a recibirlo por difamador. El segundo ingrediente, por lo tanto, era mi absoluta falta de disposición a recibir plomazos gratuitos. O, en su defecto, el ataque de algún equipo de abogados que en una de ésas podían hasta tener razón. No pretendo con esto ser original: igual que mucha gente dentro y fuera de los que se supone son sus dominios, me siento más tranquilo si permanezco fuera de la mira de un señor como Jorge Hank Rhon.

De facción a ficción


Ignoro en qué consiste su poder, aunque el día que vi a Demián Bichir aparecer en la serie Weeds, interpretando a un político mexicano al mando de un ejército de traficantes, no conseguí eludir el lugar común de creer que me hablaban del famoso ex alcalde de Tijuana. Nada que uno pudiera comprobar, puesto que si así fuera el hombre poderoso y temible lo habría parecido seguramente menos. La idea, sin embargo, de un señor funcionario con el poder de imponer el silencio a las armas de policías y maleantes parecía lo bastante sugerente para creer cuanto de él se contara, y eso debe saberlo Jenji Kohan, que es responsable por la creación y el sano desarrollo de Weeds. Motivo suficiente para preguntarse si, tal como sucede en la serie de Showtime, solamente desde Estados Unidos es concebible desafiar a ciertos poderosos mexicanos que aquí inspiran un miedo sobrenatural.

Me explico: cuento historias. Imposible negar la fascinación que en los de nuestro oficio inspiran personajes como Hank Rhon. Nada, al fin, me parece más entretenido que ponerme en las botas de personajes como el anónimo policía municipal mazatleco que tuvo el infortunio de echarse al plato al legendario Ramón Arellano Félix. Que perdonen los muertos y los vivos, pero ver a Hank Rohn detenido por acopio de armas es fantasear aún más en torno a la llevada y traída peligrosidad del vástago más joven de Carlos Hank González. Si en los próximos días vuelve a la libertad, creeré que su poder va más allá de todo lo imaginable. Y si pasa que permanece encerrado, merced a nuevos cargos y evidencias, no me quedará más que pensarlo un villano tremebundo. Recolectaré anécdotas, entonces, y con seguridad repetiré unas cuantas ante mis amistades, sin por ello arriesgarme a más castigo que su incredulidad. Cosa poco probable, porque en esos asuntos uno se lo cree todo. Lo único seguro es que nunca sabré la verdad pelona, y ello en el fondo me tranquiliza mucho, porque como ya he dicho soy un irresponsable. Afortunadamente no estoy solo: somos muchos quienes nos conformamos con la especulación en torno a un tema que nos pone la carne de gallina. La verdad pesa mucho, a ver quién va a querer echársela en la espalda.

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