martes, mayo 31, 2011

Ni le busque, capitán (Diario Milenio/Opinión 30/05/11)

Por lo visto, el hallazgo reciente del genocida Ratko Mladic es la noticia
más novedosa desde el descubrimiento del hilo negro.



Juan Carlos Fleicer.

1. Las temidas vacantes

Habré escuchado aquella frase tan simpática por ahí de los diecisiete años: Fulano anda buscando trabajo rogándole a Dios no encontrarlo. No recuerdo de quién lo insinuaban, pero el saco me vino a la medida porque llevaba días en el mismo trajín. Me acercaba a las tiendas y las oficinas donde podía ofrecerse alguna ayuda durante la temporada vacacional y preguntaba sólo donde ya adivinaba que iban a rechazarme. Nada más escuchaba la negativa, un alivio profundo me invadía. No había vacantes, por la gracia de Dios. De vuelta en el hogar, narraba mi odisea con una desazón tan bien fingida que mi padre movía la cabeza, ya no por mí, sino por el país. “La cosa está terrible”, se inquietaba de manera fugaz y saltaba a otro tema de conversación, con lo cual me libraba del calificativo de bueno para nada que me había pasado la mañana ganándome con el sudor de mi frente, pues luego de reunir los pretextos bastantes para no dar con lo que andaba buscando me lanzaba a vagar alegremente por esas calles siempre tentadoras de las que mis papás querían retirarme para que me enseñara a ganarme el sustento.

Casi todos nos hemos empeñado alguna vez en hacer imposible cierta búsqueda. Por no hablar de los incontables infelices que van tras el amor, la dicha o la fortuna contra la decisión del subconsciente, de forma que no logran explicarse cómo es que la traen chueca desde hace tanto tiempo. El caso es que uno puede gastarse la vida buscando lo que menos desea encontrar, al extremo de huir despavorido cada vez que el hallazgo se insinúa cercano o siquiera probable. Si ya da escalofríos asomarse a la estadística según la cual sólo una minoría de los delitos cometidos son perseguidos y castigados, más nos asustaría toparnos con los datos verdaderos en torno a los guardianes de la ley que van en busca de los criminales decididos a nunca dar con ellos, y como suele hacerse en estos casos con trabajos encuentran los motivos por los que no pudieron atraparlos.

2. Llamando a Polpotópolis

Resulta por lo menos tragicómico enterarse hasta ahora de que el solicitado carnicero Ratko Mladic llevaba ya un par de años escondido en la casa de ciertos familiares que por supuesto compartían su apellido. Es decir que en lugar de perseguirlo (no lo buscaron ni en el directorio telefónico), buena parte de la policía y los servicios secretos se entregaban con celo escrupuloso a la tarea de esquivar al prófugo, considerado al menos por la mitad de sus compatriotas como un héroe de guerra y al cabo capturado no en razón de las espeluznantes atrocidades que ordenó con la anuencia del hoy difunto Slobodan Milosevic, sino por el asunto aquél del ingreso de Serbia en el Euroclub. Pocos entre los residentes de Lazarevo, que es el nombre del pueblo donde se ocultaba, reconocen haberlo cobijado a sabiendas de que era quien era, pero ya un grupo de ellos se ha lanzado a pedir que en adelante el pueblo cambie su nombre por el de Mladicevo. Nada digno de asombro, finalmente, si hasta hace pocos lustros existía Stalingrado y de seguro hay quienes votarían a favor de la fundación de Himmlerburgo.

Guerras de fantasmas: La historia secreta de la CIA, Afganistán y Bin Laden, de la invasión soviética al 11 de septiembre de 2001, es el título entero del ya clásico libro del periodista Steve Coll, dos veces ganador del premio Pulitzer, donde se narra la cadena de errores, desencuentros, mentiras y traiciones que llevaron a la matanza de las Torres Gemelas, entre varias desgracias conexas. Recorrer esas páginas es explicarse lo que hasta hoy la administración Obama se ha hecho tantas bolas para esclarecer: cómo y por qué Osama Bin Laden jamás iba a ser capturado por el servicio secreto paquistaní, que se había pasando año tras año buscando al jefe máximo de Al Qaeda rogándole a Mahoma no encontrarlo. Vamos, que ni siquiera el Mulá Omar y sus talibanes fueron tan eficaces para protegerlo, mientras los mandamases de la CIA y el Departamento de Estado —una legión de ineptos, por lo leído— se peleaban por creer o descreer las patrañas de sus dudosos aliados.

3. A sus órdenes, jefe

Mientras en lo demás del ancho mundo se pintaba a Bin Laden y los suyos mudándose de cueva cada tercer día por rincones inhóspitos e ignotos, el jeque nihilista vivía poco menos que plácidamente en Abbottabad, a cincuenta kilómetros de Islamabad, en una residencia de bardas gigantescas que ni en sueños habría pasado por alto un servicio secreto como el paquistaní, administrado a la medida de un estado policial. No es de dudarse mucho que buena parte de los miembros y jerifaltes del siniestro ISI (Inteligencia de Inter-Servicios, es el nombre eufemístico de la solapadora institución) estaría de acuerdo en cambiar el nombre de Abbottabad por el de Osamabad. Quienes hasta hoy se rasgan las vestiduras por el método empleado para eliminar al multimillonario y multitudinario asesino, que de forma periódica anunciaba matanzas inminentes y animaba a sus huestes y admiradores a cultivar su piadoso ejemplo, tendrían que leer el libro de Steve Coll y sugerir alguna idea preferible. Da hasta risa enterarse de la indignación de quienes aún opinan que el ISI debió ser avisado del operativo. ¿Y qué tal si de paso le avisaban también al Mulá Omar? Digo, para estar todos coordinados.

Sorprendido por la extraña noticia de que Ratko Mladic debió de disfrutar durante veinte años de la complicidad de toda suerte de altos cargos oficiales, el presidente serbio Boris Tadic ha anunciado una honda investigación, que de ser exhaustiva tendría que llevar a la cárcel a una auténtica multitud de secuaces, comenzando por los tres mil y tantos discretos habitantes del hoy famoso pueblo de Lazarevo. Por no hablar de los miembros del servicio secreto y la policía, cuyo olfato tiene que ser tan fino como el de los sabuesos paquistaníes. Por eso cada vez que me entero que un encumbrado jerifalte ordena una investigación exhaustiva tipo caiga-quien-caiga, vienen a mi memoria las dichosas semanas en que busqué trabajo con la ayuda de Dios. ¡Ah, qué joda me puse, Virgen Santísima!

No hay comentarios.: