martes, febrero 22, 2011

Secretos en bancarrota (Diario Milenio/Opinión 21/02/11)

Cuando la información se filtra por el barco, imponer el imperio del silencio es una de las últimas patadas del ahogado


1. Atención, perficcionistas

Usted es el cliente, y por tanto pregunta, exige, se desdice y hasta se contradice sin por ello dejar de tener la razón, dada la potencial elocuencia de su cartera. El empleado, a su vez, emplea sus mejores estratagemas y se saca argumentos multicolores de la manga para que usted sucumba a la aparente contundencia de sus argumentos y se lleve el-mejor-producto-al-mejor-precio. Todo parece ir bien con la negociación, hasta que usted extrae de entre su ropa el aparato de la discordia: un smartphone que en pocos instantes le mostrará las especificaciones técnicas del producto en cuestión, así como su precio en otras tiendas, no bien haya escaneado el código de barras y se lance a bucear entre miles de bases de datos. Si el empleado le dio algún dato incorrecto, o exageró, o tergiversó las cosas, humillarlo es tan fácil como invitarlo a asomarse a la pequeña pantalla donde la información resplandece, incontrovertible.

Soplan vientos difíciles para los merolicos. Si el hombre del megáfono me dice que en las tiendas un cierto pelapapas me va a costar cien pesos, no tengo que ir muy lejos para desmentirlo. Saben los charlatanes que para hacer no suyo necesitan contar con la candidez de su auditorio, un ingrediente que tiende a escasear allí donde la información está a tiro de piedra. Esto es, en todas partes hoy en día. Nunca antes tanta gente se enteró de tantas cosas, ni la curiosidad tuvo tamaña cantidad de recursos y vías para saciarse, ni menos todavía tantas reputaciones estuvieron a tal extremo ventiladas. Si antiguamente los calumniadores no requerían más calificaciones que un poco de vileza creativa y una nada de escrúpulos, hoy deben aplicarse a dominar las técnicas de la ficción más pérfida, que es la propagandística. Nada que, sin embargo, no pueda desmentirse en dos patadas delante de una pinche pantallita.

2. Humores y rumores

Usted es Hugo Chávez y ya está hasta las botas de tanta información desautorizada. Si pudiera, cortaría de tajo el acceso a internet, como suelen hacerlo en momentos difíciles varios de sus amigos y aliados estratégicos. Pero el hecho es que tanto en computadoras personales como teléfonos, videojuegos y millones de dispositivos online, cualquiera puede distinguir y seguir las huellas estruendosas de sus errores, así como los aciertos ajenos. Vivimos en un siglo donde ya no es posible mantenerse a resguardo de la comparación. Inclusive cuando ésta es insulsa e insidiosa, o se fabrica en serie con métodos virales. Incapaz todavía de meterse en cada una de las computadoras de sus conciudadanos, su gobierno se ha dado a fabricar información chatarra por todos los medios, pero ni así consigue parar el flujo de otras informaciones, según las cuales Venezuela fue el único país latinoamericano que acabó el 2010 en recesión, y ahora mismo registra una inflación de 28 %. Esas cifras lastiman su orgullo de caudillo, y ni hablar del desdoro que le ocasionan a su autoridad de comandante.

La sola idea de que es tanto su amor por los desamparados que cada vez hay más pobres en Venezuela suena chusca delante de los reportajes que hablan de la familia Chávez y otros boliburgueses de ínfulas faraónicas. ¿Qué hacer para callar tantos murmullos, o anestesiar al menos el ardor consecuente del desengaño en tantos convencidos que cualquier día tiran la toalla tras soportar por años la tunda de evidencias? ¿Cómo explicar a esos desencantados que uno siga creyendo y defendiendo que en este mundo díscolo y materialista los analgésicos pueden ser suficientes para curar el dolor de muelas? Y ya entrados en curas milagrosas, ¿por qué no gastárselo todo en analgésicos? Tal vez lo peor de estar en las botas del comandante Chávez sea vivir perpetuamente desinformado, si todos sus expertos deben pensar como él, y por tanto censurar sus informes con el tino de un cirujano plástico, no sea que se malquiste el patrón porque oyó lo que no quería oír. Saberlo todo y nada al mismo tiempo: el drama del mandón.

3. En la suite del principito

Usted es la ex sirvienta de Aníbal Gaddafi, el junior más notorio del coronel. Como todo el mundo lo supo en su momento, usted y su pareja dejaron de trabajar para el joven Gaddafi luego de que entre éste y su esposa los escarmentaran con cinturones y ganchos de ropa (de madera, ¿no es cierto?), al interior de una suite en Ginebra, y más tarde tuvieran que indemnizarlos para que la noticia no corriera más. Una suerte sin duda preferible a la de la mujer del quisquilloso Aníbal —la modelo Aline Skaf— que en el curso de la última Navidad le recetó una más de sus famosas felpas, en una suite de cerca de ochenta mil dólares la noche de la cual la señora salió con la boca sangrante y la nariz quebrada. Ser ex empleada de un enemigo así, a cuyo padre no le tiembla la mano para mandar volar un avión de pasajeros, tiene que ser una maldición del tamaño de la información que guarda. ¿Y de verdad la guarda? ¿Cómo estar bien seguros, a ese agudo respecto?

Mientras estas palabras son escritas o leídas, los esbirros del coronel Gaddafi se ocupan de hacer picadillo a sus opositores en las calles de cada ciudad alborotada, para probar tal vez que ese señor Mubarak del que ahora medio mundo abomina en la comodidad de su conciencia, no ha sido sino un aprendiz de dictador. Sin un solo corresponsal extranjero, ni ahora Internet —porque el dictador libio sí que puede cortar lo que le venga en gana, empezando por la cabeza de quien sea— o cualquier otro medio de tendencias porosas, la información que fluye de su país al mundo es casi toda especulativa. Esa idea romántica en teoría según la cual el paraíso terrenal es un lugar aislado de este mundo sugiere a estas alturas, y acaso desde siempre, que el silencio forzado no es propio del edén, como del calabozo: ese lugar hediondo, sordo y ronco donde la información es muy valiosa, pero tampoco tanto como la discreción. El coronel Gaddafi nunca ha ignorado, y ahora menos que nunca, que los cables cortados son rejas corridas, y lo demás es pura propaganda.

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