lunes, agosto 16, 2010

La inefable Miss Alpha (Diario Milenio/Opinión 16/08/10)

Se solicita reformatorio

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La conocí hace tantos veranos que no recuerdo si era el final de junio o el principio de julio cuando mi madre y yo entramos compungidos a su oficina. Ella, que había sido estudiante ejemplar, no conseguía justificar la afrenta de haber traído al mundo a un alumno problema. Y yo, que me había pasado el último año estudiando boliche y carambola, debía una vez más plantarme y dar la cara por ese vago bueno para nada que había reprobado el primero de prepa y ahora tenía que ir peregrinando en busca de un colegio que lo admitiera. Íbamos en la cuarta intentona, y al menos esta vez la directora había accedido a recibirnos. Lo cual me preocupaba, por otra parte, pues según mi experiencia las directoras solían ser más duras y temibles que sus pares del sexo masculino: cada uno pan comido si se le comparaba con la feroz Miss Cabañas, del Queen Elizabeth, o la implacable Miss Carol, del Tepeyac del Valle, a cuyas oficinas llegaba uno indeciso entre la taquicardia y el sollozo. ¿No era acaso, además, pésimo antecedente significarme de tamaña manera en aquella oficina que muy probablemente visitaría de nuevo, tal como mi expediente permitía inferir?

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Miss Alpha entró en escena llevando entre las manos una carpeta con mis antecedentes, más una prueba escrita de matemáticas —el examen final de tercero de secundaria— que me habían aplicado nada más presentarme en el colegio. Contra las más oscuras previsiones maternas, me había sacado un deslumbrante 8.5. Pero la directora no estaba sorprendida, y hasta al contrario: me miró desde lo alto de una suerte de sonrisa enigmática que acusaba recibo de aquella información. Antes que resignarse a darme por rufián, Miss Alpha Iconomópulos se asomó a mi semblante y en una sola ráfaga ya me había leído el código de barras. No me atrevo a decir que aquella mujer grave, sofisticada y en momentos cálida me hubiera hecho algún guiño de complicidad, pero sigo creyendo que sus ojos sabihondos invitaban a un pacto elemental. Aun si sus condiciones, música a los oídos de mi madre, me sonaban estrictas y terminantes, aquella directora me pareció, en muy pocas palabras, un prospecto de adulto razonable. Cosa bien rara, por aquellos días.

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Señas de autoridad

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No era una mujer dura, pero jamás se vio que la doblaran. Solamente ocasiones muy severas le exigían deshacerse de sus maneras suaves y refinadas para soltar un par de líneas en voz alta que dejaban las cosas en su sitio. Pero ni quién quisiera llegar hasta allá. Pues a los ojos de un alumno problema, uno de los aspectos sin duda escalofriantes en la conducta de la directora del Colegio Westminster, tenía que ver con su carácter impasible, incluso y más aún a la hora de anunciar o imponer una medida extrema. Lo decía en voz tan baja que parecía un secreto, tanto así que la idea de remedarla parecía un desplante de humor negro para quienes solíamos vivir en la orilla pelona del reglamento: candidatos continuos a escuchar de los labios amables de Miss Alpha el veredicto de un castigo ejemplar, previa presencia de nuestros enfurecidos padres. ¿Cómo explicar que una mujer con esa autoridad aguardara cada año, entre el 29 y el 30 de abril —su cumpleaños, el día del niño—, como siempre impecablemente vestida, por la llegada de un piquete de alumnos empapados que la llevaría en vilo hasta la alberca, donde terminaría jugando caballazos con sus raptores?

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He perdido la cuenta de las veces que debí regresar a esa oficina, rodeada de cortinas color hueso que permitían mirar impunemente al patio del colegio, pero mientras fui alumno del Westminster lo hice invariablemente compungido y pesimista. Ya fuera por saltar la barda hacia la calle, ser echado de clase con regularidad o haber pintado la alberca de rosa, entre las que recuerdo, enfrentaba a Miss Alpha con el alma en un hilo, sin ocultar la pena de estar de nuevo allí, abrumado por pruebas y agravantes, y no obstante a la espera de alguna clemencia sorpresiva: su mejor carta oculta.

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Temporada de indultos

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Nunca antes logré ser tan elocuente. Si a mis padres lograba engañarlos o chantajearlos, con Miss Alpha sólo podía valerme la verdad, o cuando menos lo más próximo a ella. ¿Cuándo fue que la posibilidad de salir expulsado del Westminster llegó a helarme la sangre, al extremo de encontrar preferible reconocer y condenar mis recientes traspasos antes que defender lo indefendible, y sólo por hacerlo me fui haciendo acreedor de una hilera increíble de indulgencias? Debió de ser al poco de encontrar que por una vez en la vida prefería estar en la escuela que en cualquier otra parte, incluyendo el boliche y el billar, y ya las vacaciones se anunciaban como un desierto sin orillas. Peor todavía, sin carcajadas diarias y a toda hora.

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Miss Alpha nunca supo que el primer palomón que estalló en el baño, justo debajo de los laboratorios, llevaba a media mecha un cigarro prendido que dejó a los autores del pequeño atentado movernos de la escena y estar muy cerca de ella a la hora del tronido espectacular. Podía uno darse el lujo de hacerse perseguir por el resto de las autoridades escolares, pero la perspectiva de caer de la gracia de Miss Alpha nos exigía dosis de precaución y perfeccionismo que, ahora lo sospecho, ella misma debió haber apreciado. ¿Sería quizás por eso que cerca del final de tercero de prepa me llamó a su oficina para anunciarme que sería maestro de ceremonias del festival de mayo? ¡Yo maestro de qué!, me pregunté al salir, entre el pasmo y la risa. Nunca me había pasado. Aunque tampoco había sucedido que terminara el curso sin reprobar materias. Tuve al fin que acabar la prepa y volver al Westminster, ya como visitante, para entender que había sido al fin uno de sus alumnos consentidos. Todavía hace un año nos topamos y encontré en su sonrisa cariñosa la mirada sardónica del primer día. Yo te conozco, decían esos ojos a los que rara vez logré engañar.

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Hace unos días asistí a su funeral. Me acerqué hasta la caja, rebusqué en su expresión y ya no la encontré. Faltaba esa energía fulminante que la hacía lucir siempre alerta y ubicua, como era su leyenda. Cerré al punto los ojos, di unos pasos atrás y huí tras la memoria de esa sonrisa desde siempre cómplice y a la postre entrañable. Vayan, pues, estas líneas en el empeño.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ja! Yo también asistí al West... recuerdo vagamente una paloma explotando en los baños, pero aún estaba en la primaria... no recuerdo bien...

Lo cierto es que tu descripción de la doctora es completa y divertida.

Anónimo dijo...

Te faltó comentar que protegía pederastas emplead@s de su propio colegio...

Anónimo dijo...

Gracias Xavier, me encantó !!!
De Eva Belmar, una exalumna también del WS (egresada en 1976).

Morsa dijo...

Yo etsuve unos 10 años el el westminster, desde que estaban en Coyoacán y solamente un año en sus nuevas instalaciones.

Tu texto es impecable pero yo no tengo ni lejanamente esa opinión de Miss Alpha. Ahora pienso que no maestra normalista fue. Lo que sí fue sin duda: una directora implacable que manejó su escuela como si ella fuese una dictadora. Los lunes, de ceremonia de la bandera parecía un acto faraónico donde la Sra. Alpha era como una diosa que daba órdenes y tenía todo controlado.

Reconozco que nunca me cayó bien, pero tampoco fue amable nunca. Mi hermana fue excelente alumna. Cada año sacó la medalla académica y cuando mis padres ya no pudieron pagar la escuela, pues se encareció notablemente, Miss Alpha no tuvo el gesto de darle una carta de recomendación a mi hermana para cuando ella hacía exámenes para entrar en otra escuela. Así de nefasta podía ser la Sra. Alpha.

Confieso que lo único que me dejó el westminster es una serie de muy buenos amigos y el cariño de algún profesor que probablemente ya habrá fallecido. Pero por lo demás, el Westminster fue cada año de mal en peor. Grandes instalaciones millonarias y una sed de hacerse de dinero por la Sra Alpha eran el denominador común de la escuela. El nivel académico decayó y hoy sabemos el fin de la escuela, embarrado con acusaciones de pederastia y demandas millonarias.