martes, junio 15, 2010

David Markson 1937-2010 (Diario Milenio 15/06/10)

Todavía recuerdo mi primer día en la tierra con David Markson. No recuerdo por qué andaba en Nueva York pero sí, y esto a la perfección, la manera en que me introduje a The Strand, una librería en la que suelo encontrar cosas que no busco pero que terminan siendo esenciales para mi vida. Ya no sé si recuerdo o invento la luz dorada que, oblicua, atravesaba los ventanales. Pero salta a la memoria el instante en que me fijé en la frase que decoraba la portada de un libro: “In the beginning sometimes I left messages in the street”. Compré Wittgenstein’s Mistress por eso, por esa frase. Lo compré junto con otros tantos, pero ése fue el que abrí de inmediato, sentada sobre la banca de un parque cercano. Creo que todo esto ocurría en el otoño, pero no podría juararlo en ningún momento.

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Voraz. Veloz. Atroz. La primera lectura fue así. No recuerdo cuántas horas me tomó leer el libro ni dónde exactamente terminé de leerlo, pero sí recuerdo el súbito acceso de llanto. La incredulidad. Nadie me había hablado de David Markson antes, y muy pocos lo hicieron después. Entre esos pocos estuvo David Foster Wallace, quien en más de una ocasión se refirió elogiosamente a los libros de David Markson: “Nada más ni nada menos el punto más alto de la ficción experimental en este país”. Lo cierto es que, justo como el narrador femenino de esa novela, volví la cabeza de izquierda a derecha creyendo o tratando de convencerme de que era la última sobre la tierra. La sensación, del todo apabullante, al leer Wittgenstein’s Mistress 15 años después de su publicación, fue la de haber desperdiciado mucho tiempo.

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Lo cierto también es que esa lectura vino a confirmarme algunas intuiciones que entretenía alrededor de lo que es, o debería ser un libro, al mismo tiempo que me abrió maneras alternativas de hacer esas mismas añejas preguntas. Tres tipos de novela que no es la novela de David Markson: las Novelas-Experiencia, las Novelas-Viajera, y la Novela-Ligue. Empecemos. Hay novelas que pretenden hacernos olvidar que son novelas.

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En lo que pareciera ser un triste caso de odio-contra-sí-mismas, existen ciertamente las novelas que hasta pretenden hacerse pasar por “la realidad” (la novela como experiencia o como expresión no mediata del yo). Hay novelas que tienen la intención de convertirse en intergalácticos transportes públicos que no tienen el menor empacho en prometer al lector inolvidables travesías por “universos” “reales” (la novela como agencia de viajes). Hay novelas que, en su modernista afán de seducción, incluso mantienen que el lector puede “entrar en ellas” (lo novela como una especie de ligue). En la páginas 12 y 13 de Vanishing Point, el libro que David Markson publicó en 2004, el autor aclara: “Non-linear. Discontinuous. Collage-like. An assamblage. As is already more than self-evident”. Luego: “A novel of intellectual reference and allusion, so to speak minus much of the novel. This presumably by now self-evident also”.

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Markson empieza la fragmentada trayectoria de esta novela con dos cajas de zapatos llenas de tarjetas bibliográficas y un autor cuyo nombre es Autor. Se trata de notas aparentemente aisladas que incluyen frases, ya sea de los artistas mismos o ya acerca de ellos, sobre sus procesos creativos, sus obras, sus tiempos. Autor, de vez en cuando, deja oír su voz sólo para decir que está cansado, que no recuerda si tomó o no tomó una siesta, que sus tenis parecen llevarlo a sitios equivocados.

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“Un decorador con visos de locura, así llamó Harper’s Weekly alguna vez a Gauguin”, escribe Markson. “Goethe escribó Werther en cuatro semanas./ Schiller escribió Guillermo Tell en seis”, asegura Markson. “Me gusta una buena vista pero me gusta sentarme de espaldas a ella. Dice Gertrude Stein”, dice Markson.

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Autor sufre de una ligereza inusual en la cabeza. Autor no se siente él-mismo. Autor tropieza con objetos y paredes que, de otra manera o antes, le resultaban familiares.

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Pregunta Marskon: “¿Fue La obra de arte en la edad de la reproducción mecánica el ensayo crítico más frecuentemente citado en la segunda parte del siglo XX?”. Dice Markson: “Terroristas. El cual fue de hecho el término escogido para categorizar a las novelistas góticas de inicios del siglo XIX”. Dice Markson: “Tacitus, de joven, defendiendo a otros artistas de la Eterna Vieja Guardia: Lo que es diferente no es necesariamente peor”.

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En la página 96: “Autor está experimentado con mantenerse fuera de esto tanto como puede ¿por?/ ¿Puede realmente decirlo? ¿Por qué no tiene la menor idea de cómo o a dónde se dirige todo esto tampoco?/ ¿Dónde terminará eventualmente este libro sin él?”.

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Las citas textuales aparecen, cada vez con mayor frecuencia, sin referencia alguna. Cada vez hay más datos sobre los lugares donde murieron otros autores. La cita anti-textual. La cita fuera del texto: “La ilusión de que el Azul Profundo era algo pensante”.

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Sobre Virginia Wolf y sobre Autor, sin transición alguna: “La experiencia que nunca describiré, Virginia Wolf llamó así a su intento de suicidio./Tengo la sensación de que me volveré loco. Oigo voces y no me puedo concentrar en mi trabajo. He luchado contra eso, pero ya no puedo luchar más./ Los recuerdos matutinos del vacío del día anterior./ Su anticipación en el vacío del día por venir”.

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“Ravena, Dante murió ahí”, escribe Markson. “Milán, Eugenio Montale murió ahí”

“Giuseppe Ungaretti anche”.

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Incluso un guiño a La Amante de Wittgenstein: “Alguien vive en esa playa”.

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Selah, que marca el final de los versos en los salmos, pero cuyo significado hebreo es desconocido./ Y probablemente no indica otra cosa más que un pausa, o descanso.” Selah.

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Una poeta hojea el libro y dice: versículos.

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Una narradora hojea el libro y dice: oraciones largas.

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Entre la poeta y la narradora: la silueta de la religión.

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Una novela sin anécdota. Una novela sin desarrollo lineal. Una novela críptica. Auto-referencial. Esquizofrénica. Sabionda. A punto de morir. Una novela. Una pausa. ¿Serán, de verdad, versículos? Un descanso. Selah.

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¿Una novela?

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Markson murió a finales de mayo. Tenía 82 años. Todavía me parece un desperdicio todo ese tiempo que viví sin sus libros.

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