viernes, abril 23, 2010

Con la P de Puebla, los valores que nos faltan (Diario El Columnista 20/04/10)

El viernes pasado participé –involuntariamente ya que uno no elige ser nominado a un reconocimiento- en una ceremonia que, instituida por la alcadesa Blanca Alcalá busca promover ciertos valores que llama fundacionales (y por eso la premiación busca coincida con la Fundación de Puebla). Son valores, por otro lado, que no son privativos de nuestra ciudad, sino de toda comunidad digna de ese nombre. Es una noble tarea. O como decía el otro día sobre la Guadalupana la gran Chavela Vargas: “Es lindo ese cuento”. Nada más que no podemos seguir viviendo del cuento, ¡basta! Hoy me gustaría más ser el aguafiestas. Preguntarnos con seriedad a la luz de las próximas elecciones y de la reinvención justamente fundacional que el sistema político mexicano produjo y que José Emilio Pacheco llama sistema métrico sexenal, qué valores nos faltan. ¿Por qué Puebla, que alguna vez rivalizó en todo con la capital de la Nueva España no pinta, para nada que no sea el escándalo, en el escenario nacional?
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Como un mero ejercicio descriptivo, hablemos de cinco valores que nos caracterizaron alguna vez y que hoy parecemos desconocer: perseverancia, priorización, proyección, participación y pasión.
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Uno por uno, entonces. Perserverancia. ¿Dónde se nos acabó el fuelle? Yo creo que después de la guerra de Reforma (con el gran paréntesis de los Serdán), porque a partir de ese momento no fuimos capaces de vivir las dos Pueblas que siempre convivían luchando, la conservadora y la liberal. Hay un lugar común falaz, como todos los lugares comunes, que repite que Puebla es conservadora. Aquí, sin embargo, se vivieron una a una todas las gestas liberales, desde el Plan de Ayala, la misma impresión del Plan de Iguala independentista, el triunfo contra la Intervención francesa, el inicio de la Revolución, el primer reparto agrario zapatista, la Universidad de izquierda más importante de provincia y la ruptura con los FUAS (Federación Universitaria Anticomunista) que dio lugar a la escisión, la polarización y el desencuentro. Pero también dejó para siempre claro que atrás de la Puebla levítica, minoritaria del Yunque, hay la Puebla que publicó La Abeja Poblana, que fue decisiva en el Virreinato (aquí Sor Juana imprimía sus obras y estrenaba sus villancicos). ¿Qué nos pasó? ¿Por qué claudicamos?
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¿Por qué no perseveramos? El poblano actual es acusado, no sin razón, de apático. Poca Participación (nuestro segundo valor ausente) y, además, intermitente, claudicante. Cuando ha ocurrido algo que levante el clamor –la última vez en la serie de manifestaciones civiles por el caso Lidia Cacho, por ejemplo-, nunca sabemos llegar hasta las últimas consecuencias. Por alguna razón nos desinflamos en el camino. Incluso no apoyamos a las organizaciones no gubernamentales más que eventualmente. Aquí no deja de preocuparme una figura lábil, tramposa, la del ciudadano. Todos somos ciudadanos, pero tenemos que unirnos en grupo para poder participar políticamente, para construir un espacio público. Lo malo son los ciudadanos que con ese nombre en realidad buscan aspirar a puestos de elección popular o públicos, desvirtuando el mismo concepto de ciudadano independiente. Hay muchas maneras de incidir en la política local, pero definamos claramente quiénes somos ante los demás, sólo así nos tendrán confianza. Yo, por ejemplo, he decidido no volver a ser servidor público y desde hace mucho decidí no participar en campañas políticas ni postularme para ningún puesto de elección popular. Soy un ciudadano. Un escritor. Y desde ese divisadero, como decía mi maestro Luis González, es que veo y participo en el debate. Puedo desde aquí contribuir mucho mejor a una Puebla más justa, más equilibrada y más sana.
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En Puebla hace mucho tiempo –quizá el último en hacerlo bien fue Esteban de Antuñano, aunque Alfonso Velez Pliego hizo mucho también en su campo- que no tenemos liderazgos específicos, de gente que sabe su área y trabaja allí con denuedo. Mejora, hace innovaciones, contribuye. Es decir Prioriza. Queremos ser anjonjolíes de todos los moles. Lo mismo el empresario que el político. Sólo hace falta ver los nombres de las personas que participan en los patronatos (siempre son los mismos y nunca participan económicamente, sólo se lucen, o intentan hacerlo colocando su nombre que ya no prestigia, pues se presta para todo). Hace tiempo se contaba una anécdota de Manuel Espinosa Yglesias. Se decía que quiso donar una importante suma y que reunió a los grandes empresarios poblanos. Por cada peso que ellos pusieran el pondría un dólar –lo de menos es la causa que convocó-, huelga decir que nadie dio un clavo y que, finalmente, fue la Fundación Mary Street Jenkins la única en participar económicamente en ese empeño. Los poblanos olvidamos, tristemente, vivimos del pasado pero sin memoria histórica, en plena identificación narcisista con nuestras imágenes. No hemos salido de la etapa anal o para decirlo más lacanianamente, del estadio del espejo.
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El viernes pasado me quedó claro en la ceremonia a la que aludí al principio. Seguimos hablando de poblanidad y metemos allí todo lo que no sabemos en realidad definir (la poblanidad es el adverbio de nuestro ser, es el cajón de sastre de nuestra ontología imposible).
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Por ello cada vez más no hay proyección –ni nacional ni internacional-, ya sea de nuestras personas (nuestros hombres y nuestras mujeres verdaderamente preclaros) ni de nuestras instituciones o nuestro Estado. ¿Qué significa Puebla en el contexto nacional, subcontinental o mundial? Nadie sabe. Somos ya un punto olvidado de googlemaps. Pero eso sí, nos ufanamos de ser poblanos. Y es que nos falta Pasión, eso que define verdaderamente a un grupo, a un ser humano o a una región.
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Hace tiempo que no sabemos cuál es nuestra vocación, para qué servimos (o a quién servimos, si es el caso). Damos palos de ciego en inversión, en infraestructura, en desarrollo. Nuestros políticos son albañiles preocupados de la obra pública –que es por definición inacabable- y no sabemos invertir en obra social o en obra humana.
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¿Ya valimos? ¿Cuándo se jodió Puebla?, podemos preguntarnos como hizo Vargas Llosa con el Perú en Conversación en la Catedral. Yo aventuré aquí una hipótesis: después de la Reforma. Llevamos ya siglo y medio sin saber qué carajo somos, viviendo del pasado, en una regresión infantil que nos impide madurar del todo. Vuelvo a Lacan: la tragedia de quedarse en el estadio del espejo –por otro lado una etapa fundamental para la construcción del yo- es que necesitamos la mirada del otro para existir. Lo especular necesita de la aprobación constante del otro, de su mirada que nos devuelve el rostro. Nuestro Imaginario pocas veces se contrasta con un Simbólico que no sea cliché o banalidad cursi –Barroquísimo, Poblanidad-, y menos acepta ese fantasma –sinthome-, que es lo Real.
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Bienvenidos, sin embargo, al desierto de lo Real.

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