domingo, marzo 21, 2010

Síndrome de abstinencia-Nicolás Alvarado (El Universal/Opinión 21/03/10)

Como todos los primeros de enero, la mayoría dedicó el día inaugural de 2010 a formular buenos propósitos que no cumplirá: bajar de peso, dejar de fumar, beber menos, gastar menos. No fue mi caso. Y no sólo porque ninguna de esas perspectivas –a excepción de la primera– me seduce demasiado sino porque mi cabeza andaba en otro lado, como muestra la columna que publiqué ese día en este mismo diario. Escribí entonces sobre mi próxima mudanza, que me llevará a abandonar la casa de principios de los 50 en que vivo (hermosa de sí pero incompatible ya con nuestras necesidades) por unos asépticos departamentitos nuevos –uno para vivienda, uno a guisa de estudio, otro para la suegra–, carentes de gusto y de personalidad pero, eso sí, muy prácticos. No que fuera tampoco ese asunto el que realmente ocupaba mis ideas a la sazón; quien quiera enterarse de mi obsesión de entonces –como de ahora– no tiene más que referirse al último párrafo de aquel texto: “En un mes empieza la tercera temporada de Mad Men. Es mi consuelo.”
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Por más que intento hacer memoria, no logro recordar qué me hizo pensar entonces que febrero habría de ser el mes en que HBO estrenaría en nuestro país los capítulos 27 a 40 de la serie estadounidense que ha concitado el entusiasmo sostenido de la crítica y ganado nueve Emmys y cuatro Globos de Oro en lo que lleva de vida. Acaso no dispusiera de información alguna al respecto y me haya dejado arrastrar por el wishful thinking, ese primer síntoma del síndrome de abstinencia.
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Casi dos meses después de la fecha fantaseada –hoy a las 10 de la noche–, Mad Men regresa a las pantallas mexicanas. La serie, que narra la vida de una agencia publicitaria en el Manhattan de principios de los 60 y especialmente la de su vicepresidente creativo, Don Draper, hombre fundamentalmente decente pero lastrado no sólo por su falsa identidad sino por las condicionantes socioculturales de su tiempo, admite varios niveles de lectura. El más evidente es el literal: la historia de un personaje que lleva una doble vida y debe luchar con su entorno y consigo mismo para que ninguna de las pelotas de su juego malabar caiga y se estrelle contra la dura realidad. El más ambicioso es el sociológico: Mad Men como un estudio sobre las mores de la modernidad agónica, cuando la discriminación era defensa, la represión recurso, la hipocresía hermosura y honor. El más frecuente, sin embargo, será el formal; basta escuchar cualquier conversación de pasillo sobre esta serie para evocar un universo pretérito en que todo mundo fumaba (incluso en restaurantes), en que todo mundo bebía (incluso en la oficina), en que todo mundo vestía bien (incluso en fin de semana), en que todo mundo –o, cuando menos, todos los hombres– daba cauce fácil a sus pulsiones sexuales (incluso con sus subalternas).
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La nueva temporada de Mad Men transcurre en 1963 y obligará a sus personajes a enfrentar los signos de ese tiempo turbulento –el advenimiento de los refrescos de dieta, la popularización de la mariguana, las primeras batallas de la lucha por los derechos civiles, el asesinato de Kennedy– y a Don Draper a encarar por fin su pasado oculto. Aventuro que nada de eso resultará central para nosotros. Aventuro que lo que querremos será perdernos en una ensoñación de humo y de ginebra, de sexo y de consumo, nostálgicos de aquellas adicciones desde estos días en que el único vicio que nos queda es la televisión.

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