lunes, abril 14, 2008

El español pestilente


Diario Milenio-México (14/04/08)
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Es tan limpio que apesta y tan hueco que asusta.
Es el lenguaje acartonado del robot.
Es español sin alma ni raíz.
Es desechable desde que viene al mundo.
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1 Frijolitos reciclados
Siempre sentí, en años escolares, que había alguna humillación implícita en el mero acto de copiar los apuntes de un compañero. O sería quizá la pura pereza, toda vez que robárselos parecía una opción menos incómoda. El hecho es que una vez, durante cierta clase, la maestra atrapó a uno de nosotros copiando los apuntes impecables de una chica aplicada. ¿Qué tenía de malo, se sorprendió el copista al mirarse acusado de copìón, que quisiera ponerse al corriente con el curso? “¿No te parece malo ser un comecaca?”, disparó la maestra, para la estupefacta hilaridad reinante. Luego dio un argumento que dejó al auditorio boquiabierto: el copión se aprestaba a digerir información previamente digerida. Es decir, alimento de segunda mano. ¿Cómo atreverse ya a pedir unos apuntes en préstamo? Lo dicho, era más digno robárselos. Ladrón tal vez, comecaca nunca.
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En rigor, el ejemplo imborrable de mi maestra era una flagrante inexactitud biológica. Sabido es que el desecho digestivo no incluye los nutrientes elementales, que a su vez ya retuvo el organismo, pero la sola idea de alimentarse de otro bolo alimenticio me parecía ya bastante deshonrosa, y sin duda explicaba el sentimiento humillatorio de marras. Si aquello no era exactamente embuchacarse los desechos de la comida de ayer, equivalía al menos a zampársela luego de que una boca menos perezosa le hizo a uno el favor de masticarla. He olvidado de qué trataba la clase, y ni siquiera estoy seguro de qué materia nos impartía la maestra, pero recuerdo nítidamente la lección. Había asistido al pedagógico espectáculo de la estigmatización del conformismo. De entonces hasta hoy, cada vez que al leer intuyo la presencia del español de segunda mano, veo saltar ocho letras al centro de una marquesina cintilante: c-o-m-e-c-a-c-a.
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2 El cadáver del manjar
Conocemos de sobra ese español. Está en los instructivos traducidos por analfabetos inescrupulosos, sin que por ahí pase un solo inspector de control de calidad. O en el doblaje neutro y mojigato del inglés de los dealers callejeros en un programa de televisión. O en el lenguaje acartonado y torpe de los personajes de la telenovela. Palabras despojadas de sus ingredientes básicos, capaces de llenar pero no de nutrir. Técnicamente, lo que el poema llama ‘mierda abstracta’. ¿Qué otra cosa podría ser ese instructivo cuya lectura —accidentada, resbaladiza, heroica— genera más dudas y confusiones de las que resuelve, si es que efectivamente resolvió alguna? El problema de origen del español de segunda mano es que quien lo pergeña cree estar llevando a cabo una labor aséptica, cuando hace exactamente lo contrario. Propagar un lenguaje vacío de carácter —si no de inteligencia, que se dan casos— equivale a distribuir desechos alimenticios y anunciar “carnes frías” en la etiqueta. ¿Cómo voy a creer que cierta telenovela no es una mierda, cuando tras un minuto de escuchar el idioma castrado y hueco de sus personajes ya sé que hablan un español de mierda, es decir, una mierda de español?
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Abundan quienes aúllan por los errores, y es seguro que tienen razón. Mas la ausencia de errores no resuelve gran cosa. Incluso un instructivo —y habrá hasta quien lo piense en primer lugar— se beneficia de un lenguaje por igual amigable con la inteligencia y la estupidez. Un español no menos ávido de empatía que el inglés de la versión original. De cuando en cuando brotan, como pústulas, iniciativas destinadas al fracaso anunciable de pretender reglamentar el uso del lenguaje, mas no hay quien se interese en elevar a un mínimo decoroso el estándar de calidad de las traducciones, de modo que quien compra tecnología de punta no deba resignarse a manejarla como un idólatra, sólo porque no entiende la versión en inglés de ese instructivo que por lo visto un chino tradujo al español. Pocas labores hay tan fatigosas como extraer sentido de un párrafo que nunca lo tuvo, igual que un muerto de hambre hurga en el basurero. ¿A quién puede extrañarle que un cuerpo permanezca infradesarrollado cuando se le alimenta de desechos orgánicos? Lo raro, para el caso, es que siga vivo.
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3 Eso sí, con cebolla
“A la gente le gusta así”, aseguran los cínicos, sin ocultar del todo cierta urgencia despectiva por ubicarse encima del rebaño. La gente siempre queda por debajo de quien habla en su nombre. Sólo que no a toda la gente, y ni siquiera a la mayor parte de ella, le apetecen los bocadillos masticados. Javier Marías, traductor acucioso y apasionado, observa que los clásicos ganan vitalidad con cada sucesiva traducción, y al propio tiempo van perdiéndola en el original, que permanecerá engarrotado por los siglos de los siglos. Hasta que el clásico cae en manos de un barbaján que lo traduce en dos semanas al español más hueco que se encuentra. “¿Y eso qué?”, se defenderá nuestro enemigo, alegando que “de todas maneras la historia se entiende”. No hay, para un autor escrupuloso, pesadilla más negra que discutir con un editor para el cual una palabra es igual a otra. “Mientras sean sinónimos”, explican.
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Cierta vez, la editora de una revista tuvo a bien efectuar cirugía mayor en el primer y último texto que le entregué, de forma que hizo a la historia saltar de la primera persona del singular a la primera del plural, asumiendo que donde cabe un yo sobra espacio para un nosotros. Todavía conteniendo el impulso homicida que con enorme esfuerzo conseguí transformar en amable pregunta, no pude ya por menos de pasmarme cuando la oí decir que era lo mismo. “Respeté tus ideas, si te fijas.” Y si para un supuesto editor cultural la expresión de una idea vale poco o nada por sí misma, y por tanto no existe ya el estilo, no digamos el ritmo o el color en un texto —horror de los horrores: poema y memorandum son la misma cosa—, puede uno imaginar la talla del desastre nacional. No es que seamos subdesarrollados, es que estamos mamando subdesarrollo. Por no decir comiendo lo incomible.

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