domingo, febrero 24, 2008

Querido blog III (o una conversación donde un hombre intenta pasar revista a algunos recuerdos de su vida por motivo de su cumpleaños número 23).

Para Alma Flores Becerra, por tu lejanía agringada.
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23 de febrero de 2008, 10:43 pm
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La noche es fresca, cálida. Ya se han ido los vientos fríos, según yo. Al menos no tengo frío, ya es ganancia. Ha sido un día de descanso y lectura. Por fin termine de leer En busca de Klingsor del amigo Jorge Volpi, quizá con el que menos trato de los escritores de la generación del Crack, pero lo poco que he platicado con él me da por creerlo, al menos de mi parte siempre va a tener un afecto sincero. Sin duda, esta novela es portentosa. Está construida y sostenida bajo una frase dicha por Epimenides: Todos los cretenses son mentirosos. Esta frase va cambiando, por lo cual se convierte en la tesis de la novela. El escritor intenta jugar con esta idea y que a lo largo de la novela ira cambiando para decir: Todos los hombres mienten, o dicho por uno de sus personajes: Todos los científicos mienten. Es una novela que tiene como fin buscar la verdad: ¿existe o no un tal Klingsor y si existió, realmente fue el consejero más cercano que tuvo Hitler?, y por lo tanto evadir la mentira, pero si todos los hombres son o pueden ser mentirosos, la verdad se antoja como una empresa difícil de conseguir. El final, no puede ser mejor: la duda, la incertidumbre, dejando puerta abierta a la intuición personal. Porque la vida es eso: una incertidumbre.
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Antes de empezar a escribir, estaba buscando la mejor forma de hacerlo. No encontraba el camino de cómo tratar a esta hoja, Pitol, el único e inigualable me abrió la puerta. Sólo basto con abrir El arte de la fuga para encontrar algún ejemplo de ello. He tenido la oportunidad de convivir con Sergio Pitol y aún sigo sin poder olvidar cada momento, lo tengo guardado con una precisión fotográfica. Ojalá pudiera tener nuevamente la oportunidad de compartir el pan y la sal con él.
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Al Klingsor de Volpi le antecedió el Morelos, morir es nada de Pedro Ángel. Es cierto es una gran novela, con mayor facilidad o menos riesgo de perderse, pues a diferencia de Zapata, Morelos no es casi inexistente en cuanto a registros de su vida. Con esta novela compruebo una vez más la tesis que siempre he tenido sobre su forma de escribir, cuando utiliza una voz femenina para narrar, sin duda, lo hace mejor, con mayor soltura y libertad. Morelos como Zapata tienen un hilo conductor interesante en su narración: se conserva un mismo estilo, cambiando únicamente la perspectiva desde la que se es contada la historia. Con Morelos existe un testigo casi presencial, mientras que Zapata es un narrador omnisciente quien nos va contando todo, nunca estuvo ahí, sin embargo lo sabe todo. Yo me aventuro a concluir algo a todos los detractores del Zapata de Palou, esta novela fue narrada de tal forma por una razón: el narrador de la historia somos todos y nadie a la vez, todos tenemos en la mente un Zapata y creemos que dicha imagen es verdadera, única. En cambio, Morelos era necesario recurrir a un testigo, alguien que supiera lo que ignoramos. Nada se hace porque sí, siempre hay una razón y un por qué. Total si me equívoco en esta idea, es sólo eso, y me pertenece, nadie tiene porque adueñarse de ella, ni tomarla como una certeza absoluta, porque en la vida no hay certezas, hay suposiciones.
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El pasado jueves cumplí 23 años y quisiera regresar a mi infancia, hay tantas cosas que no pude vivir como me hubiera gustado. Uno aprende a madurar con camisa de fuerzas. A nadie le piden una opinión acerca del futuro que esperamos tener o si nos la piden, la echan por la borda. Uno es lo que puede ser, más no lo que quiere ser. Mentira que uno trace su propio porvenir. Más bien uno dibuja con la mayor precisión posible, pero nunca falta el chico malvado que nos mueve la mano para errar nuestro trazo, y tampoco sobra la niña coquetona que nos roba la concentración y al regresar no sabemos cómo continuar y si lo llegamos a hacer nunca será igual que la primera vez. Las circunstancias siempre vendrán a mover un probable plan. Uno crece siempre con carencias, infelicidades, disgustos, traumas. Unos aprenden a vivir a pesar de ellos, otros con ellos y otros intentan enfrentarlos, se vuelven escritores y acaban peor de cómo estaban: con más dudas, con más penas, con más dolores y con menos tiempo para convivir con el resto de los “normales”. Entre esos dolores, están los provocados por la muerte. Esa maldita puta mujer vestida de negro, tan pinche elegante y tan cabronamente ojete. Hace ya cerca de 7 años que perdía a la abuela paterna y ocho que perdía a la materna. Y cada día que me paro, pienso que fue apenas ayer. Es curiosa la vida, las personas se van cuando más las necesitan y están ahí cuando, quizá, probablemente menos te hacen falta. Cambiaría algunos de esos supuestos logros personales por una conversación con alguna de mis abuelas. Tenían tanta paciencia para escucharme y estaba tan seguro de que me entendían, que después de cada plática me sentía tan liviano como una nube.
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La noche de ayer le escribía a Carmen, una ya cómplice nocturna: que madure para olvidar el pasado. Y sin embargo, cada noche me siento como aquel puberto desprotegido que lloraba como perro que no tiene dueño, al saberme sin aquella compañera sapiente que era Salud para mí. Ella al partir, se llevo la mitad de mi sonrisa. Lo que resta de esa mitad se la deje a las amistades, por cruel que suene, pero la muerte de Salud me enseño que encariñarse con gente demasiado grande es aventarse a un abismo sin retorno, que sólo promete dolor y lagrimas. Pero por muy contradictorio que parezca en el banco de lágrimas hay un gran respaldo que se acabará seguramente cuando le toque su turno a mi Padrino Agustín, y otro tanto a ese gran personaje que decidí adoptar como mi abuelo sentimental: Sergio Pitol, nunca tuve la oportunidad de conocer a los míos, pero me los imagino como él.
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Son las doce de la noche, las cero horas, ni sábado ni domingo. El punto intermedio. La unión de las partes, y yo quisiera escribir que tengo mi otra parte. Pero no tengo nada. Son ya tres años de saberme solo. Tengo dos problemas: la timidez y mi gran defecto de ser tremendamente enamoradizo. Me gustan muchas a la vez, pero el miedo al fracaso no me permite concretar alguna de las posibilidades. Tal vez, inconscientemente esté apostando por una soledad eterna, sólo espero que no sean 100 años.
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Escribo porque es lo mejor que creo hacer. Leo porque la vida no me trae tantas satisfacciones como las que encuentro con cada libro. Siempre se escribe por o para alguien, o ambas. Mi por se llama Verónica Estay, la primera que me enseño el camino y me dio la capacidad de confiar en mí, mi para es tan prostituto, porque siempre será para la mujer en turno. Y todo intento de escritor, busca tener cómplices, al menos es lo ideal, yo tengo varios cercanos: Israel, Carmen, Leo como cercanos y pares; como lectores: Jenny, Abigail, Padua como las siempre constantes, y como los guías: Roberto Martínez, Pedro Ángel Palou, Ignacio Padilla y Jorge Volpi. Hay más, muchos más, pero el grosso modo, exige precisión.

2 comentarios:

alia emar... dijo...

mi toda es tan prostituta, que la palabrilla queda corta... :)

alia emar... dijo...

ash, ¡me caga esto de la censura en mis comentarios eh!, o bueno, no esto de la censura sino de la revisión pa'ver si lo dejas fluir o no, ¿que de plano te han jodido mucho por acá? ni modo, lo acepto porque es tu bló, que si no... :)