lunes, febrero 18, 2008

Naborita y su petróleo


Diario Milenio-México (18/02/08)
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¿Ahí, madre?
Hay personajes que nacen para la fama no tanto por distintos como por comunes. Por alguna razón, tal vez emparentada con la extraordinaria producción de baquetones que tan singularmente distingue a México, pocos protagonistas han conseguido el éxito atemporal del legendario Gordolfo Gelatino: aquel estupidazo fofo, narcisista y bueno para nada que a toda hora se jactaba de su nunca vista galanura merced a los halagos de su madre, doña Naborita, una Yocasta de entraña machista dedicada en cuerpo y alma a endiosar la supuesta apostura del gordito, al extremo de vender gelatinas y lavar ropa ajena con tal de no estropearle la guapura, que es lo que ambos están seguros que pasaría si el pobre chico —cuarentón evidente— se buscara un trabajo. “Muñecazo”, “Hijazo de mi vidaza”, “Papucho de papuchos”: la sufrida mujer no escatimaba elogios para el baquetón, que a su vez le pagaba por tan flacos favores con la moneda de una vanidad desbocada y patética.
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Hasta hoy, que ambos personajes aparecen en varias películas de los míticos Polivoces, Gordolfo y doña Naborita provocan carcajadas sintomáticas en sus audiencias, toda vez que su caso está lejos de ser aislado. Hay en este país Gordolfos y Naboritas para dar y prestar, no hay siquiera que ir lejos para encontrarlos en amigos, parientes y vecinos. “Yo lo hice solita”, clamaba con orgullo la madre del gordito, y juraría que he visto a decenas de madres sobreprotectoras esgrimiendo una vanidad equivalente cada vez que un prospecto de nuera se atreve a ensombrecerles el horizonte. Ninguna aprueba ni soporta la idea de compartir a su muñecazo, no ha nacido ni nacerá la mujer con los méritos bastantes para hacerse con un regalo en tal modo precioso e irreemplazable. Y cuando, pese a ello, el muñeco las desoye y contrae matrimonio por sus pistolas, más tarda el juez en darlos por casados que la suegra en ponerse en pie de guerra. “¿Por qué, Dios mío, me hiciste tan perfecto? ¿Por qué, Señor, no me diste algún defecto?”, solía cantar Gordolfo, entre los brincos jubilosos de esa “cabecita loca” que lo quería para siempre inútil. Nada, en suma, que no sonara sospechosamente familiar.
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Cabecitas de algodón
Como tantos expertos autoinvestidos, carezco de argumentos sólidos para hablar del petróleo o la energía eléctrica, si bien no tengo ni que esforzarme para reconocer a sus pintorescos y arcaicos defensores. Todos los conocemos por su capacidad para rasgarse las vestiduras cada vez que hallan lucro en la defensa a ultranza de lo indefendible. Se les oye la misma voz airada y patriotera que durante tantos años sostuvo en el poder a una camarilla de vividores, mentirosos y cleptócratas conocida como familia revolucionaria, para la cual la posesión y consecuente ruina de empresas estratégicas era no menos que una condición patrimonial. Quitárselas a ellos era por tanto arrebatárnoslas a todos los mexicanos, y eso nadie podía permitirlo. Había que sacrificarse en masa para dar oxígeno a aquellos monopolios estatales que si hubieran sido hombres en vez de instituciones patriarcales se habrían parecido mucho a Gordolfo Gelatino. Con una diferencia: en lugar de una sola Naborita, los elefantes blancos del petróleo y la electricidad tienen miles de ellas en las personas de sus defensores.
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-Igual que la señora Gelatino, los espadachines de Petróleos Mexicanos y Luz y Fuerza del Centro vibran de orgullo por su posesión, aunque ella signifique la consagración de su proverbial incompetencia. Ninguno de ellos, por supuesto, soportaría la humillación de hallarles un competidor nacional o extranjero, toda vez que más de uno practica activamente el chauvinismo científico y se horroriza automáticamente si alguien osa pedirles cualquier forma de competitividad, así sea para participar en elecciones libres, mismas que sólo consideran limpias cuando son ellos quienes las dominan. Enemigos de toda competencia real, los parientes espirituales de doña Naborita viven acostumbrados a elegir el privilegio por encima del mérito, y tildar a esa porquería de justicia social, así como a sus detractores de reaccionarios, cuando no de traidores a la patria. A juzgar por su fatuidad pedestre, tan propia de la madre de Gordolfo, se diría que al petróleo lo hicieron solitos.
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Cómprenme una gelatina
Escribo estas palabras horas después de haber llenado un tanque de gasolina en mitad de la Amazonia brasileña. Pude elegir Shell o Exxon, pero al igual que muchos brasileños me decidí por una estación de Petrobras. No sé muy bien por qué, pero como consumidor tengo una buena imagen de esa empresa, que amén de competir libremente con las extranjeras participa de forma muy activa en la cultura brasileña. No vayamos más lejos, hoy mismo vi O maior amor do mundo, de Carlos Diegues, patrocinada en parte por Petrobras. ¿Sería quizás más grande o más poderosa la petrolera estatal si se le dieran las facilidades propias de un monopolio? Lo dudo mucho. Los monopolios suelen deber su ineficiencia precisamente a esa pachorruda condición que les evita la monserga de esforzarse por alcanzar mérito alguno, más aún cuando los chauvinistas científicos identifican su baquetona existencia con la soberanía nacional. ¿Qué más mérito pueden ostentar, según sus entusiastas Naboritas, que el de ser furibundamente nacionales, únicos e intocables?
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Símbolos nacionales de ineficacia y corrupción, los grandes monopolios energéticos se miran al espejo preguntándose por qué Dios no les dio algún defecto, mientras sus defensores —alérgicos, como ellos, al trabajo— cuentan con la paciencia y la ignorancia de los contribuyentes, esperando que sean ellos quienes vendan las gelatinas y laven ropa ajena con tal de conservar vivo el orgullo de mantener a un gordo bueno para nada y dedicarse a predicar su apostura. Decía, pues, que conozco una buena cantidad de personajes de la vida real que comparten las cualidades de Gordolfo y su madre; todos, sin excepción, me han hecho reír tanto como los Polivoces, pero a la risa siempre le ha seguido una lástima fronteriza con la vergüenza ajena. Que es el caso con estos monopolios papuchos de papuchos, por cuya causa tengo que vender gelatinas.

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