Me persigue un fantasma
que adolece todo mi cuerpo,
llenándolo de enorme melancolía.
Mi cerebro se vuelve un museo
y mi cuerpo la ruina que lo envuelve.
A lo lejos la protectora
aparece como posible restauradora
y vigía de mis cimientos.
Cambiar la colección de imágenes,
resulta difícil cuando un maquiavélico amor
se encuentra como la prohibición
ante la posible mi posible fuga.
A veces no queda más que resignación
y conformarse con ser la huella ejemplar
para aquellos amantes ocasionales
que buscan refugio en la inexistencia.
1 comentario:
el amor apesta... pero apesta bonito... es como los tatuajes y perforaciones, si no duele no cuenta... hola.
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