Por supuesto que faltan muchas preguntas y quizá pocas tengan respuestas, pero querer saber y querer pensar es equivalente a estar verdaderamente vivo
Salmo 90. David.
Es el segundo día del primer mes del nuevo año 2007. La ETA rompió el pacto con Zapatero en España. Calderón lanza el plan de seguridad en la zona norte de México, para combatir el narcotráfico, se dice que, ahora todo México es territorio del narco; Oaxaca sigue en conflicto; los pueblos de Chiapas y algunos otros pueblos indígenas siguen padeciendo la mal estructuración de planes de desarrollo en México; los mineros muertos en Conchos, están siendo rescatados; el PRI analiza una reestructuración y hasta el cambio de nombre. Y mientras, yo, acá sentado, escribiendo.Salmo 90. David.
Ayer, discutía, con alguna amiga muy entrañable, temas como el equilibrio entre el bien y el mal, que si la gente entendía eso, seríamos felices. Que el bien y el mal, pueden convivir sanamente y en paz, etc. Es de esas platicas que a veces, es mejor evitar, o acabas peleado, confundido o contradiciéndote. Y al final, quedas como al principio o peor, con más dudas sin resolver.
Últimamente, he estado hablando de la búsqueda del ser superior, la fuerza creadora, la fe, el Dios, el Señor, el Todopoderoso, como gusten ustedes llamarle. Nietzsche ha sido mi primer paso para cuestionar algunos asuntos referentes a ellos, aún no acabo. Saramago a través de su Evangelio según Jesucristo, ha sido el otro referente cuestionador y las dudas propias, me faltan más vertientes y corrientes, pero estoy iniciando. Escribo todo esto, para intentar comprender, aunque parezcan meras confusiones sin fin.
Saramago en uno sus párrafos en el que escribe sobre un posible conversación entre Dios y Jesús, pone que aquel que anda en la búsqueda de este, que quizá no cree o pertenece a alguna religión, en este caso la católica, también tiene a Dios. No sé, puede que tenga razón o no. Tener un nombre para algo superior a nosotros, no creo sea el objetivo. El fin es que uno pueda tener la capacidad de creer en el humano. Entender que en este está la capacidad de cambiar las cosas para bien. Saber que el mal existe, porque queremos y nadie hace nada para remediarlo. Nos gusta el mal, el bien incomoda. Aprender que lo que se hace en vida se paga en ella. Hacernos responsables de nuestros aciertos, cargar con ellos, así como se hace con las derrotas. Creer que somos capaces de cambiar algo y no es necesario un milagro. Darnos tantito el lugar y dejar de pensar que algo más allá, lo hace por nosotros.
A mi mente viene la escena, en la que Jesús dice: Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos, es el reino de los cielos. No sé, sí exista un reino de los cielos, paraíso o que se yo, o sea una metáfora de Dante y que se apropio la Iglesia por conveniencia. Pero, me atrevo a afirmar que los niños son mucho más superiores que cualquier adulto, siempre están en la búsqueda de la respuesta a sus preguntas, son auténticos y sinceros. Sin, duda debemos aprender mucho de ellos. Lastima que nosotros les enseñamos a mentir, les quitamos la diversión, los torturamos de la misma forma en que fuimos torturados. Si el adulto fuera más niño, sería más feliz. Quizá, por ello, Jesús dijo, que sólo los niños entran directo al cielo. No necesitan de mucho para creer. Conforme crece uno se van las fantasías, las ilusiones, la capacidad de soñar y de creer en algo que no se sabe si existe, se tendrá, se verá o se tocará. La vida golpea tanto que enseña a uno a creer en lo inmediato y palpable. Aprende y aprehende uno a ser “realista”. Realmente sólo se es infeliz. El niño se acuerda de lo bueno, permanentemente, lo guarda, como escribió Nacho Padilla, en un cajón donde nada lo borra. Lo malo también permanece, pero como aprendizaje, no como tortura. El adulto se enseña a añorar lo bueno y a arrastrar con lo malo. Al adulto le preocupa la muerte, le aqueja el presente y le duele el pasado. Que infeliz se es cuando se crece.
El adolescente, no todos, pero sí la mayoría, le vale madre todo. Actúa en automático, no le importa el pasado, le vale madre el futuro y el presente; ese importa. Qué errado se es a esa edad. Si en la escuela se enseñara a tomar la vida como un juego de estrategia; a aplicar el conocimiento y no a memorizarlo; si dejara de obligar y mejor incentivar; si se preocuparán por el yo antes que por el qué dirán; si tuviera clases contra la distinción de clase, preferencia sexual, religión y color de piel; si enseñaran a pensar y no a aprehender; si la lectura fuera premio y no castigo u obligación, y si se educará a ejercer una opinión ante el entorno y una expresión libre de todo prejuicio extremo. Otro gallo nos cantaría. Sería el humano más feliz.
O quizá no, y por eso se sigue el camino de ahora. Tal vez la rutina y lo cotidiano hace al hombre más sano.