viernes, abril 23, 2010

Ciudad Juárez. Con nosotros muy cabrones, con el narco maricones. El dolor de Ciudad Juárez como símbolo del país. (PODER 360°-domingo 8/04/10)

La que el propio Calderón llamó guerra contra el narcotráfico, ha demostrado su inoperancia y su costo social y político. Hoy algunos analistas –y la gente de a pie, aunque ninguno haya aportado pruebas contundentes– cree que el gobierno actual ha apoyado y protegido al Chapo Guzmán y desmantelado sistemáticamente a los otros carteles. Sicarios abundan. La nueva moda son las pandillas juveniles –y formas sucedáneas de los maras, grupos tatuados como Los Aztecas– contratadas para matar en nombre de un cártel o un grupo de narcotráfico. La liga, La Familia, Los Zetas, no importa cuáles.
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En México amanecemos hoy, todos los días, con una nueva noticia escalofriante. En una fiesta asesinan a 16 adolescentes, en un velorio matan a varios de los asistentes, con frialdad, escogiendo a las víctimas. Afuera de una fiesta infantil asesinan a tres personas ligadas al Consulado de Estados Unidos. Todo esto dentro de la ciudad más violenta de México y quizá, hoy, de todo el continente americano. Ciudad Juárez es un cáncer, un símbolo, un reto.
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Cada fin de semana al menos 20 personas, muchas de ellas civiles –como los estudiantes becados por calidad académica muertos por error en el Tec en Monterrey– son asesinadas en nuestro país, no sólo en Chihuahua. La geografía de la guerra no conoce fronteras o estados.
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El gobierno no se cansa de estigmatizar, primero: son sicarios, criminales. Muchas veces tiene que disculparse pronto porque el fuego cruzado ya nos alcanza a todos. Slavoj Zizek, el gran teórico contemporáneo, habla de la violencia sistémica, la que el gobierno se encarga de convertir en plataforma política y en prueba de su capacidad. Nosotros a ese discurso lo llamamos aquí mismo inseguirismo. Sin embargo, cuando el gobierno desata una guerra que no puede ganar los índices de popularidad se caen estrepitosamente.El gobierno de Calderón no ha sabido contarnos una historia paralela a su guerra. No ha sabido convencer. En su última conferencia de prensa en Ciudad Juárez, los distintos representantes –federales, estatales, municipales– se encargaron de repetirle a la gente que ha disminuido el crimen.
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Nadie cree esto, aunque estadísticamente sea comprobable, porque no hay una narrativa paralela a la guerra que haga coherente el esfuerzo. No hay la capacidad del gobierno de decirnos que todo esto tiene un objetivo coherente y, sobre todo, un final próximo.
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Si un día se van los militares de Ciudad Juárez, qué pasará, se pregunta la gente. A muchos que he entrevistado –desde taxistas hasta maestros universitarios, pasando por comerciantes y estudiantes– les parece que si se desmilitariza disminuirá la violencia. Es decir que la gente, para decirlo en español, ve más caro el remedio que la enfermedad. Yo no creo que a estas alturas la desmilitarización, per se, arreglará las cosas, de la misma manera que la salida de las tropas estadounidenses de Iraq no arreglará el país ni detendrá la violencia. Sería simplista pensarlo.
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Lo que urge, entonces, es una estrategia de mediano plazo que muestre la posibilidad de tener un efecto positivo. Lo que urge es que, además, la gente crea en ella y que la percepción (que los comunicólogos nos han repetido en las últimas décadas, crea la realidad) se modifique radicalmente.
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Según la demoscopista María de las Heras, seis de cada 10 personas cree que las visitas de Calderón a Ciudad Juárez obedecen sólo a la necesidad de mejorar su imagen, no a un legítimo interés por cambiar las cosas. Una madre doliente por uno de esos niños muertos en un fuego cruzado se lo dijo directamente: “No es usted bienvenido, señor Presidente”.
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¿Es un tema de percepción solamente? No lo creo. Lo que sostengo es que pasa por la percepción, pero se necesitan acciones reales, coherentes y concretas que nos convenzan a todos. Como en la Chiapas del EZLN, ahora en la Chihuahua secuestrada por la violencia el presidente reconoce que la guerra no ha dado frutos positivos y anuncia gasto social como solución. Me pregunto si ese gasto social se quedará en asistencialismo. La economía de las familias no se mejora por decreto. Hoy matar a alguien en México es fácil. Los expertos dicen que no cuesta más de 3,000 pesos el encarguito. Empleo, empleo y más empleo, pero con circulación de capital, educación y becas, suena bien pero no en una ciudad y en un país casi entero, para quien la única esperanza de futuro está en cruzar el Río Bravo.
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El FBI participa –y cinco agencias más– en el esclarecimiento de sus propios muertos. La secretaria de Estado, Hillary Clinton reconoce la responsabilidad compartida (pensemos sólo en la venta de armas de la frontera), dice que la cooperación económica se dará de manera más expedita. Todo esto son buenas intenciones, claro, pero lo que se necesita es una estrategia que funcione, insisto. Y se necesita ya.
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Por eso la mejor frase de estos tiempos es la de los jóvenes que en una de las visitas presidenciales querían protestar y fueron impedidos por el Estado Mayor. “Con nosotros muy cabrones, con el narco maricones”. Ésa es la percepción y, lamentablemente, la realidad para muchos mexicanos en el balance de la guerra idiota contra el narco.

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